[Social - Flashback] Let's play [Privado: Nowell]

Todo iba normal hasta ese punto de la semana, su padre no había vuelto a tomar, su día a día había vuelto a la rutina y aunque le había costado aguantar todas las horas de clase por lo que solía retirarse antes, ese día había mejorado los suficiente. Su cuerpo ya no dolía y la fiebre a causa de los golpes había bajado del todo por lo que podía moverse con tranquilidad. Con suerte tendría tres días de paz hasta que de nuevo las botellas aparecieran en su casa y los golpes llegaran.

Suspiró resignado mientras caminaba con dirección a su hogar, había decidido que saldría a pasear por el bosque tras el colegio y buscaría algo para comer allí. No había hecho las compras ayer y no tendría nada para comer ese día, después de todo los miércoles su padre se gastaba lo que podía en compañía nocturna y apenas quedaba algo para poder comer durante el resto de la semana. Tendría que arreglarse por ese día, todo era culpa de su cuerpo que no podía aguantar más, que no se acostumbraba a que esa sería su vida hasta que pudiera largarse de ese lugar.

Sus pensamientos fueron cortados de golpe cuando algo impactó en su rostro. El golpe le hizo picar la frente, lugar donde lo golpeó, y el mareo que eso le produjo lo hizo caer al suelo haciendo que los libros que cargaba cayeran con estrépito. Nowell se quedó quieto allí, sosteniéndose la cabeza y notó entonces que los posibles causantes de esa agresión se acercaban. Frunció el entrecejo al escucharlos y sacó morro con disgusto. Era claro que no lo habían hecho a propósito, pero igual resultaba ser una molestia.

—Estoy bien —respondió con un gruñido apartando todo ayuda mientras se ponía de pie—. Tengan cuidado al jugar así, pueden herir a alguien —dijo al final usando esas palabras que su madre solía decirle cuando era tan atolondrado.

Ignorando a los otros dos, comenzó a levantar sus cosas sin siquiera sacudirse el polvo de encima. Estar sucio no le molestaba, le preocupaba más que sus útiles escolares se ensuciaran o estropearan. Sabía que no podía comprar unos nuevos y aún la señora de la granja no volvía a llamarlo para hacer algunos trabajos que le dieran un par de jewels extras.

La mitad de sus cosas fueron levantadas por unas manos más pequeñas y blancas que las suyas, cosa que lo dejó más que sorprendido. Se encargó de cargar con los pocos libros que le quedaban y volvió la mirada a aquel para tan raro con el que había terminado reunido en mitad de una tarde tan común y corriente como la de cualquier día. Como si fuera poco, el nombre de la niña también era extraño pero eso mismo lo hacía fácil de recordar. Zalanna. Miró sus ojos ámbar y ladeó la cabeza mientras su invitación a jugar quedaba interrumpida por quien podría ser su hermano por lo que decía.

Werner era otro nombre extraño, pero el muchacho parecía igual de simpático y predispuesto a las invitaciones raras como hacía la más pequeña. ¿Ir a jugar o ir a comer con ellos? Aquello era una locura, primero porque no los conocía y segundo porque no tenía nada que ver con ellos, además, nadie querría estar junto a una persona tan sombría y desdichada como él. Su padre se lo recordaba siempre.

A pesar de abrir los labios para negarse, la muchacha insistió diciendo que no le daría sus cosas si no aceptaba y el castaño se vio obligado a suspirar con pesar. ¿De verdad le pondrían las cosas de esa manera? Cierto era que no tenía nada que hacer o tareas a las que presentarse, pero no era muy amigo de estar con personas y mucho menos de meterse en las casas de los demás por más ofrecimiento que le hubieran hecho.

Movió su cabeza en una negación y compuso una sonrisa más amigable, lo mejor que podía e intentando ser amable.

—Lo siento, no puedo —les dijo mientras extendía una mano a la niña—. ¿Podrías devolverme mis cosas? Tengo que llevarlas a casa y no puedo perderlas por ahora.

Porque de hacerlo tendría que pedirlas prestadas y eso le parecía un fastidio sin contar que le sumaba responsabilidad a su vida.

—No se preocupen por el golpe o mis ropas, me encargaré yo mismo —aseguró sin dudar. Estaba acostumbrado a hacerlo y ya no le molestaba.

Confundido era una palabra que apenas llegaba a explicar el estado del muchacho una vez que la niña se fue con sus libros secuestrados mientras su hermano se disculpaba por ello. Ambos se fueron, dejándolo allí con la mitad de sus cosas, y un suspiro cargado de molestia escapó de su boca. Si no fuera porque ese era el primer día en que se sentía bien y no tenía deseos de que su cuerpo doliera de nuevo, estaba seguro de que habría ido a por ellos dos para que le devolvieran sus cosas. No era gracioso y no le causaba chiste que ellos dos se adueñaran de sus materiales sólo porque no quiso ir a la casa de ambos. ¿No era un poco sospechoso?

Volvió a suspirar y siguió su camino. Al menos ya sabía cómo se veían, si mañana no estaban de nuevo con sus cosas, entonces podría quejarse y buscarlos como correspondía. A partir de allí, el día del muchacho siguió como de costumbre y en la noche volvió a su casa.
A la mañana siguiente se levantó temprano, con el rostro adolorido por un nuevo golpe que había recibido y le había partido el labio, desayunó algo escueto y simple, tomó algunas de sus cosas recordando que mucho de lo que necesitaba ese día lo tenía la niña de cabellos verdes y maldijo por lo bajo. Esa semana no era buena al parecer, no tenía ni un día de paz completo porque hasta los deberes le parecían algo molesto.

Con el malhumor encima, caminó hacia el colegio y llegó casi a último momento. Para su sorpresa, la niña del otro día estaba en la puerta. Sin pensar mucho, se acercó a ella con el ceño fruncido.

—¿Vas a regresarme mis cosas? —le preguntó sin siquiera saludar y se llevó una mano al corte de su boca cuando, al hablar, la herida le dolió—. De verdad necesito lo que tienes hoy —explicó al final viéndola a los ojos directamente.

Al ver a la pequeña tan asustada de él, dio medio paso hacia atrás y se sintió un poco culpable. La realidad era que no quería hacerla sentir mal y que ella no tenía la culpa de lo que había pasado en su vida, simplemente estaba desquitándose con ella porque… tal vez no podía hacer otra cosa. Se sintió peor al llegar a esa conclusión.

Ella pronto le ofreció un paquete donde, supuso, estaban sus cosas y algo más blando que no pudo identificar con el tacto. Sin embargo, no se molestó en revisar de qué se trataba porque no tenía tanto tiempo así que guardó las cosas en su morral y decidió que revisaría todo una vez en clase o en el descanso de la tarde. Fue en ese momento que pensó en dar por terminada la conversación, pero la muchacha le pidió perdón de tal forma que toda sus defensas quedaron deshechas.

De verdad, ¿qué estaba haciendo tomándola a mal con ella? Suspiró con molestia y sacudió la cabeza. Estaba bien, la perdonaba, pero Zalanna no se quedó allí sino que en cambio siguió hablando diciendo que ella había preparado una merienda para ese día, que su madre incluso parecía al tanto de que iban a invitarlo a casa. ¿Qué era todo eso? ¿Por qué de pronto ella quería hablar con él e invitarlo a comer? No, de hecho, ¿por qué quería ser su amigo? No entendía nada.

Una vez más, quedó completamente confundido y sólo el timbre del colegio le advirtió que estaba por llegar tarde. Se apresuró a su salón y no pudo evitar que su mente volviera a la niña de cabellos verdes en cada momento de la clase, por lo que se lo pasó distraído y en las nubes.

Cuando el día escolar llegó a su final, Nowell salió de clases y se quedó de pie a un lado de la escalinata del colegio. Estaba confundido, no entendía nada. Dentro de su paquete no sólo había encontrado sus libros remendados y bien cuidados sino que además había un cambio de ropa que posiblemente le quedara bien. Todo eso lo confundía, casi tanto como la invitación de aquellos dos hermanos. No entendía nada, quería que le explicaran, quería que le dijeran qué se suponía que tenía que hacer. Quería tener amigos, pero no sabía cómo hacerlos o si acaso todo eso estaba bien.

Tuvo que esperar hasta que todo el lugar se despejara para poder ver a la niña de cabellos verde que, cuando cruzó sus ojos con él, se acercó corriendo con una felicidad que hacía mucho no veía en alguien o que hacía mucho no se detenía a ver en los demás. Apenas llegó a su lado ella lo tomó de una mano y volvió a presentarse con aquel nombre extraño pero fácil de recordar que todavía tenía en la memoria.

Un poco aturdido por todo lo que estaba pasando, Nowell asintió una vez un tanto perdido y balbuceó una tontería al escuchar la pregunta sobre su nombre. No podía seguirle el ritmo a esa niña, parecía una bola de energía con piernas, alguien demasiado inquieto para la vida estática y monótona que Nowell estaba acostumbrado a llevar en su casa. Se quedó un tanto pasmado, mirando la caja de comida y a la muchacha sonriente. ¿Qué se suponía que…?

—D-donde tu prefieras —dijo aún aturdido y aceptando implícitamente la invitación de la niña.

¡Estaba haciendo mal! Sabía que no debía, que era mejor cuando las personas se quedaban fuera de su vida, que siempre su padre se molestaba cuando lo veía hablar con alguien más y que incluso su madre había terminado mal tras hablar tanto con otras personas. Su padre se enteraba de todo, tenía que tener cuidado pero ¿cómo decirle que no a una niña tan feliz?

Estaba bien, aceptaría por esa vez pero luego no volvería a pasar, no podían ser amigos si no quería que ella saliera lastimada o que eventualmente sufriera por su cuenta. No quería que lo pasado con su madre volviera a repetirse.
Avergonzado de su propia suerte, desvió la mirada a un lado y sostuvo la correa de su morral con ambas manos.

—Mi nombre es… Nowell —dijo al final sin verla, observando directo al suelo y evitando su apellido.

¿Su nombre le parecía raro? Bueno, no es que fuera el más común de todo, pero Zalanna tampoco no lo era y el de su hermano tampoco. ¿Cómo era ese? Wer… algo. Ese le había parecido mucho más complicado pero igual de extraño para él. Sin embargo, no se quedó sino que dejó que la niña hiciera lo que quisiera y esperó a que decidiera cuál sería el paso a seguir. Lo que le sorprendió fue saber que el otro niño estaba vigilándolos y no pudo evitar volver la mirada al gran árbol con curiosidad. ¿Por qué estaría allí si podía venir con ellos? A Nowell no le molestaría. No, de hecho, siquiera tenían que estar hablando.

El niño intentó pensar en alguna excusa para poder retirarse pero antes de que pudiera hacer nada la niña lo tomó de un brazo y comenzó a jalar de él. Pensó por un momento en frenar para detenerla pero le dio pena pensar que sus acciones podrían causarle una herida y se dejó llevar. No estaba mal cada tanto no volver a casa enseguida después de todo y, al menos, podría sacarse sus dudas. Pensó todo aquello para no convencerse de que él también quería tener amigos.

Una vez llegaron al claro, la niña se encargó de acomodar todo mientras él se sacudía las hojas pegadas y se pasaba una mano por los nuevos raspones. No estaba acostumbrado a ese tipo de lugares y se había llevado algunos pequeños golpes. Se acercó a ella y se sentó justo enfrente, en vez de al lado como ella esperaba. Con un movimiento tranquilo se sacó la correa del morral para que no le molestara y la miró con curiosidad sin tocar nada de lo que tenía delante.

Su pregunta los distrajo de lo que quería hacer y ladeó la cabeza antes de negar con suaves movimientos.

—No tengo hermanos —contestó en un tono bajo y la observó con timidez—. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Por qué quieres ser mi amiga?

Nowell nunca fue de esos que dan vueltas con las preguntas ni que desvían la mirada al preguntar, por lo que se quedó en silencio esperando que ella dijera algo sin siquiera moverse del lugar o desviar la mirada.

Nowell no podía decir que no se había sentido un tanto intimidado al ser increpado por los dos muchachos, no es que le dieran miedo o algo por el estilo sino que más bien estaba acostumbrado a evitar a las personas en vez de acercarse. No significaba eso que él fuera un muchacho huraño o malvado, sino que simplemente no sabía por dónde comenzar a hablar con los demás. Sin embargo, no pudo evitar agradecer aquel gesto de la niña pero eso no contestaba a sus preguntas por lo que esperó a que continuara.

Zalanna siguió hablando, casi balbuceando cosas que parecían ser pensamientos pronunciados y Nowell esperó. No tenía apuro y no iba a presionarla, no tenía motivos para eso. Y ella entonces se cerró sus labios desviando la mirada. Si aquello era una broma… No sabía exactamente cómo iba a reaccionar. Abrió su boca para preguntarle qué pasaba y entonces ella lo señaló directo al rostro y dijo que lo que lo dejó paralizado: quería ser su amiga porque no quería que tuviera “eso” en su rostro de nuevo. Eso, sus golpes, los cortes y moretones. ¿Esas eran sus razones?

Bajó un poco la mirada, desviándola y siguió escuchando a la niña que parecía haber destapado algo que quería decir y que con fluidez salía de su boca. Nowell no sabía qué pensar al respecto, no sabía si aquello estaba bien o mal, si acaso era correcto, si era la pena lo que movía a la niña y a su hermano o acaso un interés real. ¿Cómo tenía que tomarse todo eso?

Sintió que una presión se alojaba en su pecho. Se sentía miserable, nadie sabía que realmente sus golpes eran por culpa de su padre y saber que aquella muchacha no sólo era su vecina sino que había visto cómo el mayor le pegaba lo hacía sentir avergonzado. Se suponía que él simplemente tenía que soportarlo y ya, al menos hasta que el mayor se cansara o hasta que terminara como su madre y todo el dolor se acabara. No tenía que molestar a nadie por ello. ¡El dolor no era algo lindo! ¡Lo sabía! Pero no le quedaba de otra, no tenía opciones y su padre mil veces le había jurado que si lo encontraba intentando huir directamente iba a matarlo a golpes. Nowell no quería sentir más dolor, no quería seguir viviendo así y a pesar de ser tan joven siquiera se permitía soñar despierto porque, según estaba aprendiendo, las fantasías alegres no existen.

No, Nowell realmente no podía aceptar que algo feliz existía más allá porque de hacerlo no podría soportar la miseria en la que vivía.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. No le importaba si era pena o real preocupación, no podía evitar sentirse sucio, manchado, marcado y desdichado porque alguien más supiera de su horrible vida, de esa verdad que vivía ocultando a todos por miedo a lo que pasaba dentro de su hogar.

Se llevó una mano al rostro y se borró las lágrimas cuando cayeron, sorbiendo por la nariz al final. No podía verse más patético que en ese momento, pero no podía evitarlo. No le gustaba sentir dolor, no lo disfrutaba y no quería que alguien se preocupara por él, la última vez que había pasado esa persona terminó muerta. Sí, era cierto, su madre había muerto por protegerlo de uno de los arranques de su padre y aún no podía lidiar con ello.