[Misión E] Encuentra al niño perdido

El descenso por las escaleras fue complicado y bastante incómodo pero no imposible y Lionel agradeció a su fuerza de brazos y su equilibrio que permitió no sólo no aplastar a Artemisia y al pequeño de haber tropezado, sino de llegar a salvo él mismo hasta la planta baja.

La puerta de entrada continuaba abierta de par en par, tal como la había dejado y, fuera, los dos hombres continuaban atados, uno de ellos con cara de pocos amigos pero el otro aún sin despertar. Los dos lobitos se dieron cuenta de que no había peligro alguno y se encontraban jugando entre ellos en el césped, cerca de la gravilla frente a la casa, casi no se los veía de lo pequeños que eran.

Al salir, el muchacho observó el cielo despejado y se volvió hacia su compañera cuando ella propuso las ideas de cómo harían de ese momento en adelante. Era una buena pregunta y las opciones no eran malas, pero tendrían que decidir pronto para poder continuar y acabar con ello de una vez por todas.

—Nuestra prioridad es el niño, tenemos que llevarlo a salvo cuanto antes. Encargarnos de los secuestradores es un tema distinto. Tal vez deberíamos traer a la guardia y también a un médico, de seguro a uno le debe doler hasta partes que no saben que podrían doler.

Se refería a aquel grandulón que habían lanzado desde la ventana. Si no es que había salido ileso de milagro y huído entonces aseguraba que continuaba llorando de dolor tras la esquina de la casa.

—¿Puedes ir al pueblo más cercano usando a Shu y llamarlos? Puedo quedarme aquí vigilando —Lo dijo como una propuesta antes de agitar sus orejas para quitarse una molestia y sonreír de oreja a oreja —. Estaré bien, soy un lince después de todo.

Para su sorpresa, Lionel había terminado concluyendo que la mejor opción sería separarse como ella había pensado como tercera posibilidad. La preocupaba un poco dejarlo solo con los tres matones, si de casualidad alguno de ellos se liberaba y lo lastimaba no iba a poder perdonarse. Sin embargo, él tenía razón: el niño era la prioridad. Apretó un poco los labios, suspiró y al final asintió aceptando la idea.

—No te descuides, ten cuidado —le pidió con una suplica poco escondida y se apartó de él unos pasos llamando el nombre de su lobo blanco.

Shu y Kon dejaron de jugar en cuanto la maga dijo el nombre del primero y sin dudarlo el lobito blanco corrió hacia ella. Ya con el espacio necesario, Temis se separó y cuando el can se detuvo frente a ella unió las dos cartas con las que podía volverlo enorme y en sólo un parpadeo el cachorro se transformó de nuevo en un enorme lobo. Nunca dejaba de sorprenderse del aspecto fiero de su compañero en ese estado, de lo mucho que imponía su presencia y lo peligroso que se volvía pese a que antes de esa combinación daba más ternura que otra cosa. A su hermano siempre le había gustado ver aquel cambio.

Sacudió la cabeza un poco, moviendo sus cabellos de un lado a otro, a fin de sacarse esa idea de la cabeza y le pidió al lobo que se agachara. Pronto montó sobre él, sosteniendo se del pelaje y dejando sus piernas detrás de los hombros del lobo. Una vez estuvo asegurada y Shu se sintió cómodo, el can se puso de pie con tranquilidad y se acercó nuevamente a Lionel. Artemisia extendió una mano hacia el mago.

—Llevaré al niño para que lo atiendan, sin él si pasa algo podrás defenderte mejor —le explicó con tranquilidad—. Prometo que volveré pronto.

Con aquella promesa final, esperó a que el mago le dejara a cargo al niño antes de salir corriendo con Shu a toda velocidad. Kon, aparentemente más encariñada con Lionel de lo que ella creía, decidió quedarse a un lado del muchacho para hacerle de apoyo aunque con aquel tamaño no creía que pudiese hacer más que ladrar o chillar si veía algo extraño. Sin embargo, ella se sentía útil de esa manera.

Lionel asintió con una sonrisa y observó, con ambas manos en la cintura, como la muchacha se alejaba un poco y llamaba a su lobo blanco. El pequeño perrito, del tamaño de una patata, pronto adquirió nuevamente el tamaño de un fiero can, a Lionel le fascinaba la habilidad de la mujer para hacer que el pequeño espíritu de las cartas adoptara aquella forma tan llamativa, se veía realmente imponente.

Ella lo montó sin mucho esfuerzo y tras eso volvió a acercarse, pidiendo por el niño. Tenía razón, si las cosas se salían de control él podría pelear mejor si no tenía que proteger al crío y, de todas maneras, tal vez fuera más sensato llevarlo directamente al hospital para tratamiento. Tras que arribara la guardia que Artemisia fuera a llamar ellos podrían regresar al pueblo para ver el estado del pequeño y, a partir de eso, ver si necesitaban darle más cuidado o si podían devolverlo a su familia lo más pronto posible. Sinceramente esperaba que fuera lo segundo, podía entender la preocupación de los padres.

Ayudó a Artemisia a elevar al pequeño, dejándolo boca abajo atravesado en la cruz del lobo, de esa manera la muchacha podría sostenerlo y las posibilidades de que se resbalara o lastimara serían menores. Una vez se aseguraron que el pequeño estaba seguro el joven mago saludó a su compañera y le deseó una buena travesía. La saludó con una mano cuando ella partió y sólo cuando estuvo a una buena distancia volvió su mirada a aquellos que aun se encontraban atados.

—Bueno... —Canturreó al aire a la vez que tomaba a la pequeña Kon del suelo y la colocaba en su hombro entre el pelaje del cuello de su ropa, cerca del cuello— Tenemos que limpiar y mantener en orden en este lugar. ¿Qué dices si vamos por el que falta y los amedrentamos un poco? —la lobita ladró en respuesta y el muchacho tomó su bastón de madera y encaró hacia el lado de la casa.

Tomaría al hombre, revisaría si estaba herido y luego, sin importar si lo estaba o no, lo arrastraría con sus compañeros y los mantendría bajo una estricta vigilancia hasta que las fuerzas llegaran. No se preocupaba mucho por sí mismo, si las cosas se ponían feas sabría manejarse, tal vez por orgullo, tal vez por calma, tal vez porque ya los habían vencido una vez.

Luego de eso podría regresar a casa, darse una ducha y descansar, tenía un hambre que se moría.